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SUBLIMADO
Centro Cultural Recoleta - Junio / Julio 2011

Solve et coagula

Ana es un nombre común. Ana es la madre de una virgen. Pero antes leyeron el título de la muestra: Sublimado. Oliverio G., en el epígrafe de su primer libro, escribió: “Ningún prejuicio más ridículo que el prejuicio de lo sublime”. Pero algo que ya está sublimado probablemente ya no tenga que ver con lo sublime. Los juegos tontos de palabras llegan rápido y también rápido
los olvidamos esperando leer otra cosa.
Recorremos la sala. Los recortes.
El pasillo A y el pasillo B-
Los que no la conocen a Ana no entienden bien si se trata de la misma cosa. Pero sí y tampoco resulta tan hermética la evidencia. Como dicta una máxima alquímica del s.VIII a.C.: “Ardua tarea es penetrar en las cualidades reales de cada cosa”. No voy a escribir un texto sobre alquimia, me voy a concentrar en una de sus fases: la sublimación. Como me dijeron, esta fase (que en verdad puede variar de nombre, como podríamos haber variado nosotros si nuestros padres hubieran amanecido ese día con un humor de Clara a secas, sin Ana, de Fernanda, en vez de Guadalupe, ya saben, etc.) requiere de un proceso de purificación y clarificación (por eso Ana, tal vez, tuvo que ser Clara, necesariamente, para el día de esta muestra) por el cual el espíritu volátil es extraído de la materia impura o cuerpo. “Destilación” es uno de sus sinónimos simpáticos y suele contraponerse a la “fijación” o “coagulación”.
Miramos la pared, lo que se superpone a la pared, una obra recortada: disuelta de su supuesta pertenencia a algo que no está ahí como unidad pero sí como ilusión de algo inacabado, siempre en camino a reunirse con otra cosa, algo que crece y busca sus fronteras dentro de sí.
La mirada entrecortada, frenada. Como pasos estancos de algo que no se detiene, pero uno a veces cree en la posibilidad de esa detención, se ilusiona con eso. Y recorta lo real, como si eso fuera posible sin abstraer, sin romper algo que es único y completo. En ese rompimiento aparece algo nuevo, en la idea de algo separado, aparecen formas, colores, seres, que al entrar en movimiento, en la dinámica sin pausa del tiempo, no se ven, no se dejan percibir. Por eso, el recortar, el calar con la mirada, deja nacer la obra: estridente y casi monstruosa por momentos, o evanescente y casi invisible en otros. Todo esto construye un universo, un paisaje de flotación y de caídas. Algo se recorta entre lo demás, y confiamos en la gravedad flotante de otros planetas o cae por su peso. Entonces, nos concentramos en el contraste del agua que cae, interrumpida, y las formas geométricas o misteriosas que flotan en esa agua o en un aire blanco.
La alquimia es el arte de la transformación: los opuestos son uno. Lo que es duro se vuelve blando, sin cuerpo. Hay que separar, disolver. Recortar. Para después coagular: fijar. Solve et coagula. La muerte hace que el espíritu se separe del cuerpo, y una vez “purificado” este vuelve y se aloja otra vez, uniéndose para siempre.
Ana disuelve, separa, está en el laboratorio. Contrapone las formas sin romper la continuidad de lo que busca sostenerse planeando en el vacío.

Guadalupe Wernicke

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